Caretaje (por Gerardo Cotelo)


La marcha mundial por la liberalización de la marihuana recala este sábado, una vez más, en el viejo molino de Pérez. El coraje de los organizadores locales no tiene parangón: no sólo se exponen a la censura de la moral convencional sino que corren el riesgo de terminar fichados por promover la libertad. El debate en torno a este tema es perverso, al punto que las víctimas de este avasallamiento deben justificar por qué reclaman su derecho, mientras que los victimarios responden con desdén, sentados en los sillones de la burocracia careta. Antes el caretaje era de derecha o neocon. Ahora es progre, pero tanto da.
Yo creo que es al revés. Quienes deben explicar por qué la marihuana está ilegalizada y no otras sustancias psicoactivas son ellos. Quienes deben explicar por qué un ciudadano tiene derecho a tomar alcohol y no a fumar cannabis son ellos. Quienes tienen que buscar en sus mentes oscuras las razones por las cuales un comerciante puede vender grappa y ron pero no marihuana son ellos. Quienes deben al menos esgrimir un argumento racional y convincente para justifica que alguien termine preso por consumir marihuana mientras otro bebe whisky a mares en una acto protocolar son ellos.
¿Razones médicas? ¿Cuáles? ¿Razones morales? ¿Razones profilácticas? ¡Por favor! Cualquier sociedad medianamente democrática es un muestrario de conductas y preferencias que van desde las expresiones de la antigua virtud puritana con las más excéntricas y censuradas exhibiciones del descaro. Eso ocurre con la política, la filosofía, la ética, la religión, el sexo y el arte. Sin embargo, hay un puñado de sustancias que parecen encarnar la esencia del mal. La lista es tan arbitraria, tan antojadiza y prejuiciosa, que nadie se anima a explicar por qué unas están prohibidas y otras no.
Hay interpretaciones ideológicas que pretenden extender las responsabilidades de los organismos estatales sobre la Salud Pública, hasta los límites de la Virtud Pública. El resultado es fácil de imaginar: cada avance sobre la virtud (cualquier cosa que eso quiera decir) constituye un retroceso de la libertad individual, y en esa medida, una forma de enajenarnos, de empobrecernos, de embrutecernos, so pretexto de purificarnos.
Sin embargo, son ellos los que tienen que explicar por qué creen que los ciudadanos nos vamos a beneficiar de la imposición de un modelo excluyente de virtud y moral ciudadana, impuesto de manera irracional y acrítica. ¿Por qué habríamos de resignar el derecho a disfrutar de nuestro cuerpo y nuestro entorno desde perspectivas sensoriales alteradas por el consumo de ciertas sustancias, en nombre de vaya a saber qué sentido de la virtud y la salud?
Ahora que rememoramos los cuarenta años del mayo francés y la revuelta generalizada del 68, deberíamos pensar dónde se encarnan hoy los valores decrépitos que aquellos jóvenes ayudaron a sepultar. Esa moralina que censura por peligrosa toda alteridad y toda ausencia de la realidad, esa versión momificada del ser humano según la cual la única dimensión de la existencia es nuestro ser colectivo y civilizado, alejado de su dimensión lúdica, cósmica y animal. O como diría Charly, "esa careta idiota que tira y tira para atrás".

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