Festejemos en Junio


La discusión local sobre la definición del trayecto del desfile del 25 de agosto, nos ha hecho reflexionar sobre las fechas patrias, su tradición, su arraigo y también… sobre la manipulación política que de ellas se ha hecho casi desde siempre.
Los hechos históricos nunca responden a un único factor: siempre son producto de la dialéctica, procesos que se van conjugando para que puedan concretarse los objetivos que se trazan los hombres. Suele suceder que transcurrido algún tiempo, cuando el colectivo puede valorar el hecho asumiéndolo como importante, alguien empieza a preguntarse: ¿cuándo debemos conmemorarlo? ¿Escogemos la fecha en que empieza a gestarse o el día en que culmina? Los franceses, por ejemplo, fechan su Revolución de 1789 el 14 de julio, pese a que la Toma de la Bastilla fue un hecho más bien simbólico y mucho menos trascendente para la marcha del proceso revolucionario que otros, ocurridos antes o después de éste.
Tras cierto lapso, cuando lo permite la perspectiva histórica y se han podido hacer investigaciones mucho más profundas y sin duda más veraces sobre lo sucedido, el relato puede cambiar de tal manera que las percepciones sobre los hechos llegan a ser divergentes de las iniciales.
También puede darse que la conmemoración haya sido impuesta por un grupo que se siente victorioso y que lo necesita para construir su propia identidad. Es el caso del nefasto día de los “Caídos en defensa de las Instituciones”, inventado por militares y adláteres.
En 1834 se declara oficialmente como fecha patria al 18 de Julio, argumentando sobre la importancia de haber firmado nuestra Constitución; como gustaría a Artigas, se habían dado “las seguridades del contrato”, freno a la “veleidosa probidad” de los hombres. Lo interesante es que muchos de esos legisladores son exactamente las mismas personas que participaron de la declaración del 25 de agosto. Es decir, es evidente que los actores del instante de la Independencia tenían la convicción de que con declararla no había sido suficiente. Como prueba, los tres años de guerra que libraron a continuación contra los portugueses quienes, a pesar de nuestra declaratoria no sólo no acataron, sino que más bien discreparon seriamente.
Tan entusiasmados estuvieron los legisladores con el 18 de julio, que así nominaron la principal avenida de la Capital, relegando al 25/08 a un recóndito lugar de la Ciudad Vieja.
Por supuesto, todavía queda otra opción: hay quienes se adscriben a la teoría de que nuestra verdadera independencia sólo llega en 1828, cuando como consecuencia de sucesivas victorias orientales: Sarandí, Rincón, Ituzaingó, la mediación inglesa consigue argumentos para que don Pedro I considere deponer las armas. El interés de Inglaterra no era precisamente humanitario o de reconocimiento de nuestras razones, sino comercial, para lograr la reactivación del tráfico de sub productos ganaderos. Tanta decisión hubo en simplemente pacificar, que la Convención Preliminar de Paz firmada en octubre de 1828, además de excluirnos de las negociaciones, omitió establecer los límites de la República que se decidía formar. Claro, ambos países signatarios querían quedarse con el territorio entre los ríos Arapey e Ibicuy, cuando debería ser oriental.
Pero evidentemente agosto tenía sus defensores, porque hacia la década del ’860 resurge de sus cenizas y comienza a dársele cierta trascendencia popular, gracias a insistencias de la prensa montevideana. Tan es así, que esa legislatura la aprueba como fecha principal pasando al “seguro de paro” al 18 de Julio, aunque… la Independencia debía celebrarse el 19 de abril, reconociendo de esa manera el mérito del inicio de la gesta y evitando los roces con quienes aún votaban por Julio.
Por entonces, una vez que el unitarismo porteño había vencido al federalismo artiguista en su propia tierra, nadie recordaba al Protector, al menos, públicamente hablando. Deberá llegar la década del ’880 cuando en los estertores del militarismo, se sale al cruce de la leyenda negra que los argentinos habían imaginado en contra de Artigas, precisamente para sustentar su discurso centralista.
Contagiados del entusiasmo bonaerense por festejar el centenario de mayo de 1810, por primera vez se piensa en conmemorar un hecho de nuestra Revolución Oriental: la Batalla de las Piedras. Se comenzaba así a reivindicar la que hasta entonces se despreciaba por salvaje, montonera y policlasista. El entusiasmo popular por esta celebración fue inmenso; pero sin dudas, ninguno tan estruendoso como el que se festejara por aquí, en las Minas de San Gregorio. Después de un ardoroso discurso del maestro socialista Ipar, se procedió a la salva de… ¡explosiones de dinamita!
Una salvedad: el entusiasmo fue estrictamente popular, porque Don José Batlle y Ordóñez, Presidente de la República, no concurrió a ningún acto de celebración durante 1911. Tampoco asistió a la inauguración del Monumento a Artigas en 1923. Curioso pero elocuente, ¿no?
Durante 1923 vuelve a discutirse la pertinencia de cada fecha y ¡otra vez enfrentados Julio y Agosto!. En Diputados, gana Lavalleja con el 25, mientras que en Senadores llevan ventaja los constituyentes del ’30. Lo interesante es que la Asamblea General nunca se reúne para dilucidar, por lo que legalmente se mantuvo al 18 de Julio como fecha patria. No obstante, el Palacio Legislativo inaugurará el 25 de agosto de 1925, pero cuando el estadio celebre su día, se llamará Centenario y será en 1930. Claro, de alguna manera había que contemporizar, porque los batllistas se adscribían al 30, mientras que los nacionalistas preferían el 25.
En conclusión, blancos y colorados ortodoxos nunca habían concertado en el tema hasta ahora, cuando Tabaré hizo la sugerencia de festejar el 19 de junio y se les ocurrió coincidir, sólo por discrepar. Entrenamiento para el balotage, ¿vio?
Por supuesto, durante los últimos “años infames” se festejó profusamente 1825. A la Constitución del ’30 fue mejor no recordarla por aquello de no mentar la soga…
A todo esto, cabe pensar que, históricamente, la primera vez que manifestamos nuestra voluntad de independencia -aunque de España y los Borbones- fue en 1813, cuando así coincidieron los asistentes al Congreso de Abril, convocado por José Artigas.
Si de voluntades se trata, fue en esos días cuando decidimos nuestra vocación republicana y democrática, generando las bases de nuestros principios más caros. Después de tanta diatriba inconducente entre julio y agosto, cabe hoy reflexionar y festejar por haber escuchado a aquel ser humano que, ante “el pueblo reunido y armado”, se honró en considerarlos “Ciudadanos”.
¿No habría que volver a reivindicarlo, cuando a la Patria Grande los mismos de siempre la están matando otra vez?
Volviendo a nuestras raíces más profundas, las que surgen del estadista velador de los infelices, del Protector de los Pueblos Libres, sin dudas, los frenteamplistas priorizaremos el 1813 fundacional.


Prof. Selva Chírico


Militante en el Comité de Base Olyntho María Simoes

No hay comentarios.: